Misión explosiva

El juego de roles y las posibilidades que la imaginación nos da fueron puestos a prueba durante la primera temporada de la pandemia.

 

Bendito encierro

 

Durante la pandemia, todo se detuvo, menos algo, la relación con mi esposa. Esa por meses había estado en pausa, y durante el confinamiento algo bueno pasó. Al inicio había temor por saber qué iba a suceder allá afuera, la incertidumbre nos puso nerviosos, pero también nos apegó con el paso del tiempo.

 

Cuando cumplimos 30 días encerrados, nos dimos cuenta de que las series y películas de streaming no iban a ser suficientes para amortiguar el aburrimiento. Fue así como ella tuvo una gran idea: darle peso a nuestra intimidad, volverla lo más dinámica y explosiva posible. Ahí fue que conquistamos los juegos de roles.

 

A jugar…

 

De los que más me quedo en la memoria fue el primero, un viernes en donde yo era un ingeniero experto en explosivos, y recibía la orden de entrar a una “oficina” (o sea, la sala) para salvaguardar a las personas que se encontraban en el edificio, pues había amenaza de bomba. Ella puso previamente un par de peluches escondidos que en el juego representaban a las bombas. Ella decidió volverse heroína y ayudarme a salvar la historia. Así que tomó el rol de ser una superheroína que ayuda al estado.

 

Desnudos los dos

 

En el lugar habían desconectado la energía eléctrica y el calor de primavera nos hacía sufrir más. Para sentirnos más ligeros en temperatura y evitar movimientos arriesgados que detonaran los explosivos, decidimos deshacernos de la ropa. Ella se negó a revelar su identidad, por lo que solo se dejó puesto su antifaz.

 

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Así, a gatas y sin luz, comenzamos a explorar la zona. Lo primero fue revisar las áreas comunes y esquinas de difícil acceso. Le propuse que buscara debajo de un sillón; así que al estilo sigiloso de Misión imposible se desplazó pechotierra para revisar el sitio. Al darse cuenta de que no había nada, la ayudé a salir jalándola de las piernas, y de paso tocar accidentalmente sus nalgas. Debo ser sincero que para ese momento, yo ya estaba a punto de abortar y lanzarme sobre mi coprotagonista. Pero ella se había tomado en serio el momento, y de un manotazo me hizo volver a la acción.

 

Sin terminar… aún.

 

Más adelante pensamos que sería oportuno buscar encima de la alacena. Era mi turno, entonces subí hasta quedar de rodillas y con los brazos estirados explorando cualquier resquicio. Fue ahí que encontré el primer explosivo, así que giré lentamente para entregárselo en las manos. Por las circunstancias, mi miembro había quedado muy cerca de su boca, pero de nuevo evadimos la provocación para no hacer arder el edificio hasta terminar con la encomienda.

 

Más adelante, fuimos explorando otras zonas, intensificando los roces de nuestras pieles y subiendo la temperatura más y más. Cuando llegamos a nuestra habitación, tenía dos posibles lugares a revisar, pensé en inspeccionar la cama, pero supuse que sería poco emocionante. Acerté cuando opté por abrir lentamente la puerta del closet. Ella se puso delante de mí con actitud de valentía y nos metimos ambos en el closet.

 

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Apenas y cabíamos los dos adentro y a gatas, la visión era nula y el silencio hacía escucharnos agitados, hasta que desde el frente ella me dijo a susurros: “aquí está la bomba” y yo teniendo su hermoso culo frente a mí, no pude más que contestarle: “¡aquí está otra bomba! Terminamos la misión”.

 

Moraleja

 

Uno no sabe qué tan placentero puede ser la oscuridad absoluta, encontrar las partes del cuerpo a tientas, enterrarse un tacón en las rodillas y rasparse los codos en el acelere de haber deseado el momento como nunca antes desde hace 45 minutos atrás.