La ventana indiscreta

Supe de ella cuando pasó de la adolescencia a la juventud. Antes de eso, nunca la había visto, podría decir que llegó a vivir a la cuadra en esos años, o que de plano nunca había salido de casa. Digamos que de los 17 a los 18 años, eso calculo, fue cuando le comencé a prestar atención. Vivía frente a mi casa y tardé como un año en saber su nombre.

 

la admiraba como algo inalcanzable

 

Nuestra relación era de contemplación: yo la veía llegar a diario, vestida con ropa deportiva, cargando una maleta y unas zapatillas altas en la mano, luego se metía a su casa y nada más.

 

Suponía que estaba estudiando para ser bailarina o algo así. Cada día veía en ella cómo se erigía una divinidad. Comenzó a tomar una actitud, una personalidad que movía el piso de mi adolescencia. Yo ya andaba enviando cartitas en la secundaria durante el receso y había probado mis primeros besos, pero con ella era algo distinto, la admiraba como algo inalcanzable.

 

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Sudor frío

 

Bajaba de un auto y entraba a casa. Diez segundos eran suficientes. Estuve de incógnito varios meses, desde mi ventana indiscreta.

 

Un día, pienso que mi mirada pesaba tanto sobre su cabello castaño que brillaba a la hora del atardecer, que ella volteó directo y me vio tras la persiana. Intenté cubrirme de inmediato, me angustié y hasta sentí un sudor frío en la frente.

 

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Sin embargo, ese no fue motivo para que todos los días terminara pronto con mis quehaceres y religiosamente me sentara en una silla cómoda de mi abuela a esperar las 6:35 p.m. para verla. Cuando daban las 7:00 p..m y aún no llegaba, incluso me molestaba o preocupaba por ella.

 

Detalles para construir una historia

 

En una de tantas ocasiones, mi tía se dio cuenta de mi rutina, y me dijo, sin más: “te gusta Luz Elisa, ¿verdad?”. Me morí de pena dos segundos, pero todo fue tan franco que se lo confesé.  Ahí supe que estaba estudiando para ser modelo.

 

Resultó que mi tía era amiga de su mamá y terminó por contarme algunos detalles que ayudaron a construir mejor mi historia. Sus padres estaban divorciados y quien la traía a casa era su papá. Estaba haciendo sus prácticas en una academia de la colonia Roma e incluso estaba presentándose en sus primeros castings.

 

Tristeza

 

Sé que era el 2001 porque en la radio sonaba día y noche la canción de Tantita pena de Alejandro Fernández. Y no tuve de otra que dedicársela cuando un día llegó a casa, pero no la acompañaba su papá.

 

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Un bigardón se bajó de su deportivo rojo y le abrió la puerta. Un beso, un abrazo y la despedida efusiva. Me duró varios meses la tristeza, hasta que alguien de mi edad me agitó las ideas y las hormonas en la escuela.

 

El héroe

 

Pero Dios da y quita, y tuve la oportunidad de volverme el héroe de Elisa una vez que su gato se quedó atrapado en un árbol.

 

Me separé de mis amigos en el partido callejero de futbol para ayudarla. Fui indiferente y me dolía, pero no iba dejar pasar el momento de hacerle ver que la vida nos había puesto en edades equivocadas, y que yo hubiera podido ser el indicado.

 

Lejos de la vista de los demás

 

Cuando por fin bajé a su gato, me preguntó mi nombre, mi edad y en qué año iba, lo hacía en esa dinámica de la joven que platica con un adolescente, y eso me incomodó más.

 

Aunque me despedí, no me dejó irme así. Me dijo: “Oye, tengo un balón de ustedes en el patio de atrás, déjame te lo paso”. Le contesté: “¿Ah, sí?”, expresando ignorancia como si no supiera que ese había sido un probable pretexto meses antes para ir a tocarle.

 

La esperé en el arco de su puerta, se perdió un momento en el pasillo y luego la vi llegar acercándose de a poco. Me extendió los brazos con el balón en las manos unos pasos antes de llegar a donde yo estaba, y se detuvo. Quería que me metiera, lejos de la vista de los demás. Lo hice.

 

Noche mágica

 

No me lo esperaba: cuando le recibí el balón, agarró mis manos sucias y luego mi cabello revuelto y me besó. Despacio, con calma, como premiando mi admiración.

 

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Hubo un silencio y dos sonrisas traviesas. Le dije “gracias”, refiriéndome al balón, pero en realidad era por tantas otras cosas. Me llevó a un lugar de magia, de un sentimiento imposible. Era tanto que hasta decidí callarlo con mis amigos, cuando bien pude alardear por meses.

 

Esa noche fue mágica, los escenarios de amor eran tantos… aunque en ninguno terminaba con ella. Una brecha generacional me hacía ver la realidad como era, y tampoco vivía inconforme con eso. La cosa era simple: mi papel en la relación era el de admirarla, y el de ella ser admirada.

 

Después del encuentro, volví a mi rutina tras la ventana. Aunque la frecuencia era menor, se había vuelto una de esas tareas que puedes o no hacer y todo marcha igual.

 

Un mal día

 

Pero un día, un mal día, me senté en la ventana y nunca llegó. Dieron las 6:30, las 7:00, luego las 7:30 y por último, las 9:00 p.m. y no llegó. La lluvia era mucha afuera y me fui a la consola a pasar un par de horas más antes de dormir.

 

La mañana siguiente de sábado, me acerqué a mi ventana, y vi llegar a mucha gente vestida de negro, algunas personas con arcones de flores blancas, y luego vi salir a su madre rota en llanto.

 

Bajé las escaleras y obligué a mi tía a que fuera a preguntar qué pasaba. Horas más tarde lo supe:  mi amada Luz Elisa ya no estaba más en esta vida. Un par de días antes se había ido a un evento de modelaje en otro estado, y al volver, el auto en el que viajaba se había salido de la pista, terminando en un barranco varios metros abajo.

 

Nunca supe más y no quise indagar. Se trataba de mi primer duelo de amor, uno que me acompañaría en silencio y maduraría con el tiempo. A pesar de ello, esa historia la recuerdo como la época en que aprendí a aceptar lo inalcanzable.

 

Aunque sigue siendo triste que una mujer tan joven y bella se haya ido, en mi mente la veo llegar de clases, enamorarse de alguien más, besarme delicadamente entre las sombras de su patio y esa noche mágica donde pude agarrar una estrella con las manos tras mi ventana.

 

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Escribo y lo que surja.