El lugar menos pensado
Con la monotonía de las escapadas al cine hasta la última fila, se me ocurrió hacer un viaje con mi novia en el que el reto fuera hacer el amor en cualquier lugar en el que estuviéramos.
Destino: Guanajuato
Para no ser permisivos, establecimos que tendría que ser cada cinco horas. La única condición era que la cama no estuviera dentro de esos sitios. Optamos por hacer algo corto, de viernes a domingo. Nos alcanzaba para ir y venir a algún pueblo mágico. Terminamos decidiendo por Guanajuato, en autobús.
Alarmas
Luego de dar las 7:00 pm, salí del estudio, soy curador de arte para la Nacional; ella agarró un buen hueso en una delegación y no piensa moverse; prefiere ganar bien y gastar en Zara, aunque su trabajo sea de caras largas y bisnes repugnantes.
Entonces, me fui para su casa, y ahí nos coordinamos para poner cada alarma necesaria con cinco horas de intervalo. Las mochilas al hombro, el metro y luego la terminal de autobuses.
3:00 a.m.
La primera alarma sonó de camino a Guanajuato, eran las 3:00 am.
El pasillo nos separaba de una señora que calculo era comerciante por sus varias bolsas y un señor con gorra del Cruz Azul que no pegaba los ojos.
El baño fue la opción fácil. Primero uno y luego el otro. Las damas primero. Cuando yo estaba por llegar, ella salió tapándose la nariz y me dijo: “¡imposible, alguien se cagó con odio!”. No íbamos a fallar en la primera prueba, así que nos armamos de valor y nos encerramos. Sí olía muy mal, pero luego de las primeras caricias, como que uno entra en un estado animal.
Regresamos a los asientos sudorosos, y con un par de miradas en las espaldas de aquellos que decidieron no dormirse y atestiguar algunos ruidos.
Al llegar a Guanajuato, tomamos un taxi, pensamos en esperar un poco para ver si la alarma nos sonaba en la terminal, pero al final decidimos ganarle al tiempo. Y en el camino sonó.
Nos miramos a los ojos y yo le susurré una propuesta: “o le damos cien varos al taxista para que se vaya a comprar un tamal o le decimos que sea testigo sin voltear para atrás”. Fue la segunda, entre risas.
El compadre dijo que sí, pero que quería ver. Lo mandé a la chingada. “Solo vas a escuchar, carnal, te va a salir en 200 el viaje”. Aceptó.
Nos estaban ganando las risas pero nos concentramos con unas mamadas de pito y chichis. Estuvo chingón, dos veces le tuve que voltear la cara al chofer porque ya se estaba poniendo cachondo.
El hostal
Habíamos visto un hostal en el centro, y por fortuna tuvo lugares aunque no reservamos. Nos tocó compartir cuarto con dos gringos entrados en sus 50 años. Decidimos echar una siesta porque era muy temprano para ir a desayunar.
Nos despertó la alarma. La cama no era opción y empezamos a buscar un espacio discreto.
Al final de un pasillo oscuro, hallamos unas escaleras de emergencia tras la ventana y subimos hasta la azotea. La postal no estaba mal. Le bajé su ropa de dormir y la acomodé con vista al monumento del Pípila, quien a lo lejos alzaba un brazo como si nos estuviera echando porras.
Era un rinconcito entre tinacos y unas plantas de espinas. Terminé con unos arañazos en los brazos y ella un poco en las nalgas.
En la tarde tocó en la regadera, para ese entonces ya estábamos un poco cansados del viaje.
Ese encuentro fue de trámite, para ser honestos. Lo más emocionante si acaso es que era baño compartido y los gringos nos vieron salir juntos mientras le apretaba el culo a mi novia luego de dejarla pasar.
Para la noche, nos fuimos a un bar, estaban tocando música en vivo y las cervezas eran placenteramente baratas, lo cual es perfecto porque con el calor de la gente, te da por tomar más.
Nos vibró la alarma. El baño fue el objetivo.
Pero decidí pagar la cuenta y salir a caminar. Pasamos por el callejón del beso, pero además de haber mucha gente, no somos del estilo cursi del besito y la selfie.
Nos fuimos lejos hasta uno de los túneles sombríos y empedrados. Se puso bueno, algunos autos nos echaban las luces, otros pitaban como si fuera boda y una camioneta más sonó la sirena.
Era la policía y terminamos en los separos.
Según esto, no es como tal delito, pero en Guanajuato son muy mochos y querían una lana para dejarnos salir. Aunque nos hicimos los hippies que van con lo del camión y las chelas, terminaron sacándonos 2,000 pesos.
Nos hicieron sufrir algunas horas, y nuestra prueba estuvo a punto de fallar, pero finalmente salimos a tiempo.
Ya era domingo al amanecer cuando llegamos al hostal. Estuvimos a punto de cancelar el reto, pero ya habíamos superado lo más difícil.
Entre mucho sueño, la cerveza desgastando el hígado y la falta de creatividad, decidimos terminar el juego con una última prueba antes de volver a casa.
“¡Sí mamo, y bien rico!”
Anduvimos de nuevo por las calles sin saber para dónde darle, pero ella me jaló de un brazo al interior de la catedral. Le dije: “¡No mames, no!”. Me respondió: “¡Sí mamo, y bien rico!”.
El padre estaba hablando con una señora que no se callaba luego de terminada la misa. Nosotros nos hacíamos los más religiosos viendo a la virgen del fondo mientras “según” rezábamos.
El padre le dio el cortón a la señora y se fue por atrás del altar, mientras que la señora hizo largo su cruce por todo el pasillo de la iglesia; nos miró feo, parecía que ya sabía la cabrona.
El confesionario
Yo ya tenía el lugar en la mente: el confesionario. Mi novia se sintió incómoda, pero luego de las primeras metidas, sus gemidos sonaban como si se estuviera confesando de un gran pecado en tiempo real.
Cuando salimos, solo había un par de creyentes hasta adelante que no se dieron cuenta de nada. Justo en las escaleras de la catedral, con el corazón todavía agitado, decidimos terminar la prueba con un 10 perfecto.
Nos juramos repetir el reto, y desde entonces solemos planear uno de esos viajes cada par de meses; es fascinante cómo puedes disfrutar de los pueblos mágicos con un toque de adrenalina.