La amiga de mi esposa siempre me gustó…
No, no me gusta más que mi mujer, pero tiene algo que siempre llamó mi atención. Jamás había sucedido algo entre nosotros, ni siquiera miradas a escondidas. Nada. La conocemos desde que nosotros nos conocimos, cuando nos casamos y trás el nacimiento de nuestros tres hijos. Es como parte de la familia. Han pasado los años, y tanto mi esposa como ella han madurado hasta convertirse en dos mujeres realmente bellas.
Mi mujer es una morena de cabello negro, esbelta, sus pechos perfectos y rostro hermoso. A diferencia de lo que se dice, el tiempo no ha menguado mi deseo por ella. Cada vez que podemos, hacemos el amor como dos locos desenfrenados. Me gusta besarla, penetrarla mientras la escucho gemir pidiéndome más profundidad y ritmo, más fuerte. Sí, mi mujer es insaciable en la cama.
Una noche, después de hacer el amor y mientras ella se refrescaba en la regadera, me gritó:
—Me gustaría hacer un trío. ¿A ti?
No voy a negar que por un momento no supe qué decir. Muchas cosas pasaron por mi cabeza. ¿Hablaba en serio o era una trampa? ¿Si contestaba que sí, cómo lo tomaría? Pero, y si respondía que no, ¿le estaría negando algo que deseaba? Preferí quedarme callado.
—¿Me escuchaste? Es en serio.
—¿Qué tan en serio? Yo estoy feliz contigo.
—Ya sé, amor. Pero… me gustaría estar contigo y con otra mujer.
Mi corazón dio un salto de alegría y se me paró otra vez, nada más de imaginarme la escena. Mi mujer salía del baño envolviéndose en una toalla y me miró.
—Ya veo que sí te gusta la idea.
—Solo si tú quieres, yo no quiero arriesgar lo nuestro.
Y así fue como la amiga entró a la historia.
Una noche, de muchas que nos encontrábamos para cenar en nuestra casa y que los hijos no estaban, se lo planteamos a ella. Al principio solo mi mujer habló, y las vi comenzar a reírse y mirarme desde la mesa del comedor. Yo fingía mirar el televisor en la sala. Al rato las vi acercarse con una botella de vino más y tres copas. Se sentaron junto a mí y las observé. Las dos se sonreían como adolescentes.
—¿Están seguras?
Contestaron que sí las dos al unísono. En ese momento, ellas comenzaron a besarse, suavemente y sin reservas. Con cuidado le toque el cuello a mi mujer sin saber qué hacer y sin atreverme a tocar a nuestra amiga.
De pronto, mi mujer tomó una de mis manos y la posó sobre uno de los senos de la otra. Pude sentir su pezón duro. Ella no puso resistencia.
Lentamente se fueron desnudando a sí mismas y a mí. Entonces, nuestra amiga se recostó sobre el sillón y mi mujer se puso encima de ella. Aproveché para metérsela a mi esposa. Estaba completamente húmeda.
Esa noche acabé como cuatro veces, ellas… perdí la cuenta.